Hemos cargado las pilas en el viaje a Noruega hasta el círculo polar! Una experiencia que recomendaría a cualquier aventurero con ganas de estar en un sitio aún poco conocido.
Tras analizar precios de gasolina, alquiler de coche y alojamientos, decidimos que la mejor manera era hacer un crucero por Escandinavia! Y la aventura fue, espectacular!
Salimos desde Amsterdam, y aprovechamos para ver la ciudad y disfrutar de su gente y sus canales! Una ciudad con mucho encanto, repleta de bicicletas, de barcos y de queso! ¿Lo más bonito? La plaza de los museos, el gran canal y los molinos. ¿Lo más curioso? El barrio rojo y los coffee shop.
Aprovechamos también para visitar dos pueblecitos cercanos a Amsterdam: Volemdam y Edam. Preciosos, encantadores y altamente recomendables.
Zarpamos en el barco, una ciudad en pleno movimiento, rumbo a Hellesylt y Geiranger. Dos pueblos preciosos, verdes y llenos de cascadas entre los fiordos. El fiordo que los separa está declarado Patrimonio de la Humanidad, y realmente, las vistas son impresionantes.
Desde el monte Dalsniba, en Geiranger, se puede ver los glaciares y las vistas de los fiordos de manera irrepetible. Todo lleno de naturaleza viva. Allá arriba, te recomiendan hacer una columna con piedras y pedir un deseo!
Tras recorrer sus montes, pusimos rumbo a Tronheim, la tercera ciudad más grande de Noruega. Grande y con el encanto característico de esta parte del mundo, lleno de figuras de trolls y aventuras vikingas en cada rincón.
Esta fue nuestra última visita antes de entrar al círculo polar. Camino a Honnigsvang, vimos como cada día se hacía más largo y la noche más corta, como la temperatura bajaba y nuestras ganas por estar en el punto más alto de toda Europa crecían.
Lo primero que hicimos al llegar fue ir al bar Artico, para vivir la experiencia más auténtica y similar a las condiciones polares.
Paredes, barras de bar y hasta vasos de hielo. Un frío polar pero que merecía mucho la pena. Los perros de aquel pueblo son perros Alaska, enormes y acostumbrados a tirar de los trineos.
Después nos pusimos de camino a un pueblecito Sami, una civilización colocalizada con los noruegos, orgullosos de sus tradiciones y su manera de vivir entre renos y pescado.
De camino a Cabo Norte, el punto habitado con condiciones similares a las nuestras más alto del mundo, las manadas de renos nos acompañaban.
Al llegar a Cabo norte, pudimos divisar como, a partir de ese punto, sólo unas pequeñas islas de hielo con osos polares nos separaban del polo norte.
Aunque el tiempo nos respetó, el frío era difícil de sobrellevar a pesar de tener guantes, gorro y abrigos. Pero sin duda, la experiencia de estar a esa latitud era única. A esa misma latitud en otras partes del mundo sólo hay hielo con temperaturas de -40 grados. Sin embargo, la corriente del golfo llega a cabo norte, permitiendo estar en el círculo polar a temperaturas entre -10 y 10 grados.
Y en un momento de gratitud, decidimos pedir un deseo junto al acantilado y entrar a la capilla más al norte del globo terráqueo.
Al estar tar cerca del polo norte, los días son más largos en verano y demasiado cortos en invierno. En nuestro caso, desde la cubierta del barco podemos disfrutar del sol de medianoche en directo.
A la 1 de la mañana, teníamos un cielo tan espectacular como este:
Y a las 3:25 de la mañana, comenzó a verse el sol. El sueño se había ido, ya que nunca habíamos vivido nada igual.
Quizá, de las cosas más especiales del viaje. Y es que, estar en el círculo polar, es como estar en otro mundo. Aquella zona está repletas de ballenas, y si bien no salen del agua, algún chorro de agua hacia arriba podía intuirse entre las olas aquella noche.
Al día siguiente bajamos a Tromso, la ciudad más grande al norte del planeta. Característica de esa ciudad fue su catedral Ártica, el Pub y fábrica de cerveza más al norte del planeta, la universidad más al norte del planeta y... En definitiva, lo más alto de todo el planeta!
Disfrutamos de su cerveza y de sus asientos de pelo de reno.
También aprovechamos para ver a las focas barbudas del ártico, los cangrejos gigantes de unos 80 cm de largo, las estrellas de mar polares...
Durante nuestra aventura, por el día el frío, lo exótico y los pueblos nos acompañaban. Pero por las noches, disfruta vamos de las vacaciones en muy buena compañía con un grupo de Españoles que conocimos.
Poco a poco íbamos bajando de latitud, pero aún seguíamos dentro del círculo polar, y ahí nos encontramos en las Islas Lofoten! Islas de pescadores, tradicionales y muy alejadas de la civilización. Médicos compartidos entre pueblos, apenas sin colegios y estrechas carreteras.
Fue ahí, donde aprovechamos para meter los pies en el mar Artico, no precisamente caliente, pero algo que no mucha gente ha podido experimentar.
Aquí, la comida característica es el bakalao, de todas las maneras posibles. Las casas tienen plantas y hierba en el tejado para aislarse del frío. Los niños juegan con la naturaleza y con el hielo.
Y justo después de este día, era ya el momento de ir en busca de los glaciares en Olden. Un pueblo auténticamente precioso, donde el agua de los fiordos se mezcla con la de los glaciares, consiguiendo un color del mar turquesa.
Un sendero entre montañas y cascadas hasta llegar a uno de los brazos del glaciar más grande de Europa.
Con mucho cuidado por allí para evitar peligros, tuvimos muy cerca el glaciar, que había matado hacia unos días a un hombre al caerle encima algunos kilos de hielo.
Una sensación auténtica entre el agua turquesa, el enorme glaciar y las cascadas que caían desde los propios glaciares. Bebimos de su agua, realmente rica y, a pesar del frío, disfrutamos como enanos!
Ya más abajo y con temperaturas más moderadas, fuimos a Bergen, a descubrir su encanto, probar el salmón ahumado, degustar la carne de ballena, a comer el cangrejo gigante y el salchichón de reno.
Y aquí, ya pusimos fin a nuestra aventura por el círculo polar volviendo a Amsterdam. Con miles de preciosas y únicas imágenes en nuestras retinas, algún que otro constipado y cientos de experiencias!
Laura!